Prácticamente no hay ningún empresario que no busque el éxito profesional. El éxito suele ser la meta, pero una vez se consigue tiene sus riesgos. Suele nublar la mente, distorsionando la percepción, no sólo de la realidad del momento, sino de las capacidades propias.
Está claro que es importante saber celebrar los éxitos, pero es en el fracaso donde recibimos las mejores lecciones. Somos más conscientes de nuestros fallos, de nuestras capacidades y de los factores que influyen en nuestro entorno. Esto nos dará las lecciones más valiosos de cara a mejorar profesionalmente, al igual que nos ayudará a asimilar con prudencia el éxito.