“De humanos es errar; de necios, permanecer en el error” (Marco Tulio Cicerón).

 
Los errores son inevitables. Forman parte de la conducta humana, y por tanto, estarán presentes en todo momento en nuestra vida y en nuestra empresa. Quizás el punto más delicado y el que nos va a llevar más tiempo sea precisamente el identificarlos. Y es que son muchos los obstáculos que cegarán nuestra capacidad para reconocerlos. En algunos casos seremos nosotros mismos los culpables, bien por inexperiencia o por desconocimiento, mientras que en otros será la propia naturaleza del fallo la que complicará su detección.


El primer paso, el localizar y ser conscientes de los errores, requiere de un espíritu crítico y una capacidad de análisis objetiva. Hemos de tener presentes nuestras propias limitaciones a la hora de identificar los problemas, y ser conscientes de que el origen de los mismos puede ser externo o interno. Evitaremos las certezas, los dogmas y criterios absolutos examinando todas las partes y en general siendo objetivo y tratando de ver todos los ángulos e interpretaciones, teniendo claro lo que sabemos y no sabemos. Es importante admitir nuestras limitaciones. Al fin y al cabo, el espíritu crítico siempre empieza por uno mismo.



Una vez identificamos lo que no funciona hemos de ser capaces de adecuar nuestra respuesta al problema. Resulta vital tener la capacidad de generar una estrategia que nos permita reconocer con éxito el error antes de que se maximicen sus efectos. Una vez detectado, procederemos a corregirlo, minimizando sus efectos. Como todos los procesos iterativos que ocurren, con cada ciclo debemos aumentar nuestra eficacia. Si asignamos recursos a solucionar un fallo o evitarlo, pero no logramos nuestra meta, es posible que nuestra estrategia no sea la adecuada. Hemos de ser capaces de modificarla, adaptarla o incluso realizar una reingeniería completa del proceso afectado. Los procesos son dinámicos, y por tanto al solucionar algunos errores normalmente aparecerán otros asociados. Nuestra capacidad de analizarlos, localizarlos y eliminarlos debe ser flexible, inteligente y eficaz.



Por tanto los pilares en los que fundamentaremos nuestro progreso y en los que se basará la capacidad para el desarrollo de nuestro proyecto, sea vital o económico, serán tres: creatividad, pensamiento crítico e innovación. Combinados son una potente arma para evitar los errores futuros y solventar los presentes. La creatividad nos permite combinar ideas que nos sean de utilidad, que potencian una actitud motivadora y hacen que los retos a afrontar sean atacados de una forma no dependiente de la experiencia o de procesos estándar. El pensamiento crítico instrumentaliza la capacidad de cuestionar aquello que nos rodea, y nos otorga precisión, equidad y objetividad. Es absolutamente necesario para detectar y cortar de raíz problemas que de otro modo pasarían desapercibidos. Por último, la innovación permitirá sobreponerse a un error y desterrarlo, apoyada por un raciocinio lógico (process thinking) y un pensamiento estadístico. Si volvemos a hacer las cosas como ya sabemos obtendremos de nuevo el error que conocemos. Es necesario innovar creativamente.



La maestría que ganamos con cada proceso que estudiemos será vital para evitar los errores futuros e ir poco a poco llegando más y más lejos en nuestra eficacia y excelencia. Debemos revisar nuestros objetivos periódicamente y comprobar si nuestras acciones nos están acercando a esas metas. Si encontramos algo que no funciona hemos de cambiarlo y continuar re-evaluando pero siempre centrados en la solución, sin perder de vista el objetivo a alcanzar. Que las hojas no nos impidan ver el bosque. Las palabras de Cicerón nos enseñan que carecer de la sabiduría necesaria para reaccionar ante los errores nos anclará en ellos, condenándonos a repetirlos. 


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